Hamacados Armónicos

A mis 21 años empecé a cuestionarme la vida, si esa rutina que se proponía de trabajar 9 horas al día todo el año para llegar a tener 15 días de vacaciones era la vida, me parecía un bajón.
Entonces busqué algo que me ayudara a cambiar ese camino, algo que me llenara el corazón, algo que fuera una herramienta aliada para caminar mi existencia. Tenía dos requisitos, el primero era que fuera a través de mis manos, el segundo, el poder ayudar a los demás.
Por suerte y rápidamente encontré una escuela de masajes llamada Oasis, allí me formé como terapeuta corporal, fui asistente, supervisor, profesor y nuevamente alumno cada vez.

La experiencia de haber compartido mi temprana edad con mis maestros Marcelo Bartroli e Ingrid May (fundadores del Masaje Californiano) fue extraordinaria. Ellos me ayudaron y guiaron infinidad de veces, enseñándome una forma de vivir la vida sin juicio, sin dualidad, disponible a abrir mi corazón para quien venga a mis sesiones o simplemente nos crucemos en algún lugar.

Pudiendo explorar y abrazar la sombra, danzar y celebrar el éxtasis de vivir, adquirir hábitos y maneras que me sanaban y poder soltar de una vez eso que ya estaba viejo para dar más espacio y posibilidades a lo que seguía.

En esos 20 años de experiencia siempre tuve claro que el contacto amoroso del masaje y las formas en que me lo trasmitieron me sanó, que ese amor que recibí tiene que seguir rodando porque es universal y siento en mi corazón la posibilidad de ofrecértelo.